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César Álvarez Fernández Coronel (R) Guardia Civil

APRENDICES DE AHUMADA

¿ERA NECESARIO UN CÓDIGO DE CONDUCTA EN LA GUARDIA CIVIL?

1 de Septiembre de 2022

El pasado 4 de marzo, por RD 176/2022, el Gobierno, a propuesta de los Ministerios de Defensa e Interior, aprobó el código de conducta para el personal de la Guardia Civil. En el título no se hace referencia a una reforma ni actualización de algún código preexistente; simplemente se aprueba el código de conducta por el que han de regirse los miembros de la Benemérita, que hasta ahora seguían los principios establecidos por su fundador, el Duque de Ahumada, en la Cartilla del Guardia Civil aprobada en 1845, un año después de la fundación.

Ciertamente el texto se hace eco ¡faltaría más! de la existencia de esta Cartilla, a la que califica como “un documento único en la función pública española y una obra clásica de la deontología profesional, en este caso de la función policial, que constituye, sin olvidarlo en la actualidad, el precedente más remoto de un auténtico código de conducta basado en la moralidad, la honradez y la rectitud como principios de conducta del servidor público”.

Hecho este reconocimiento, el legislador, aprendiz de Ahumada, aclara que “El presente Código de Conducta no deja sin efecto ni la vigencia del anterior ni sus principios, sino que, por el contrario, los incorpora a su contenido con una formulación actualizada y adaptada a nuestros tiempos”. La razón de la aparición de este nuevo código de conducta debe estar, pues, en la formulación adaptada a nuestros tiempos del anterior, cuestión, sin duda, de la máxima trascendencia en un entorno tan líquido, caracterizado por el cambio permanente de paradigmas. Estos son mis principios, pero, si no le gustan, tengo otros.

Pero recordemos aquel “documento único”, “obra clásica de la deontología profesional”, que se menciona en el preámbulo, la Cartilla del Guardia Civil, propuesta por el Duque de Ahumada, primer Inspector General y fundador del Cuerpo, aprobada por Real Orden de 20 de diciembre de 1845, siendo presidente del Consejo de ministros y ministro de Guerra el General Narváez.

Su Título I dedica el Capítulo Primero a señalar las “Prevenciones generales para la obligación del Guardia Civil” y en el frontispicio, el artículo 1º, piedra angular de la Institución: “El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás”.

Sobre esta base, Ahumada construye el entramado moral que debe inspirar las actuaciones de los Guardias Civiles en cualquier tiempo y lugar. Pero no sólo estas prevenciones generales marcan el carácter del nuevo Cuerpo de Seguridad, el primero en España con ámbito de actuación nacional: toda la cartilla destila un aire de rigor, sobriedad, exigencia de honradez y máxima exactitud en el cumplimiento del servicio, que necesariamente hubo de calar hasta la esencia misma de la Institución para perdurar hasta nuestros días.

Para llenar de contenido la llamada al honor, la Cartilla combina un conjunto de deberes individuales y colectivos, con una actitud de permanente disponibilidad, rigor y vocación de servicio al interés general, que cumplen el objetivo de armar moralmente a la Institución y sus individuos

Para empezar, exige a los Guardias Civiles “reconocida honradez” hasta convertirse en un “dechado de moralidad”; nunca proceder con “vejaciones, malas palabras y malos modos” y actuar con “dignidad, prudencia y firmeza” siendo “prudente sin debilidad, firme sin violencia y político sin bajeza”, sin ser “temido sino de los malhechores, ni temible sino a los enemigos del orden” y procurando ser siempre “un pronóstico feliz para el afligido”, además de velar por la “propiedad y seguridad de todos”. Prohíbe el agradecimiento retribuido y recuerda que “el Guardia Civil no hace más que cumplir con su deber; y si algo debe esperar de aquel a quien favorece, es sólo un recuerdo de gratitud” (aunque no siempre se produzca).

Partiendo de la premisa de que “el desaliño en el vestir infunde desprecio”, reclama la más cuidada policía en cualquier circunstancia como medio para “granjearse la consideración pública”, al igual que las más exquisitas formas, porque “su silencio y seriedad deben imponer más que sus armas”. A este respecto, deja claro que “la persuasión y fuerza moral deben ser sus primeras armas, recurriendo sólo a las que lleve consigo cuando se vea ofendido por otras o sus palabras no hayan bastado”. Pide, en fin, al Guardia Civil “estar muy engreído de su posición y, aunque no esté de servicio, jamás reunirse a malas compañías ni entregarse a diversiones impropias de la gravedad que debe caracterizar al Cuerpo”. ¿Reconocen el perfil?

Tras el honor, exalta la disciplina, argamasa que facilita la estabilidad de la obra. Para Ahumada, “la disciplina, que es el elemento más principal de todo cuerpo militar, lo es aun y de mayor importancia en la Guardia Civil, puesto que la diseminación en que ordinariamente deben hallarse sus individuos, hace más necesario en este cuerpo inculcar el más riguroso cumplimiento de sus deberes…”. Hasta tal punto, que la disciplina se ha venido manteniendo en cualquier circunstancia. Recuerdo el Libro de Providencias de mi Compañía, que databa de los años 60 del siglo XIX, en el que un coronel, que pasaba revista a la Unidad en plena tercera guerra carlista, dejaba constancia de que la guerra no podía servir de excusa y exhortaba a los Guardias a mantener la más rigurosa policía en el vestuario y equipo, uso correcto del  barboquejo y sombrero, abrillantado de botonaduras, cuidado de armamento y munición…

Así pues, dos pilares forman desde su inicio la estructura de la Guardia Civil: honor y disciplina. Cierto que, a veces, pueden llegar a ser elementos en tensión, pero existen numerosos ejemplos de cómo este Cuerpo aprendió a resolver la ecuación: el primero lo dio el propio Ahumada, al presentar su renuncia a Narváez cuando éste insistió en exigir una sanción para un cabo que le impidió el paso con su coche por un lugar que se le había señalado como prohibido. En aquel caso, Narváez, militar y también hombre de honor, aceptó su error. El último, recientemente: ante la orden, manifiestamente arbitraria, de cese del coronel Pérez de los Cobos, el Teniente General Ceña, Director Adjunto Operativo a la sazón, presentó su renuncia al cargo. Lamentablemente, en este caso, el otro protagonista de la historia no se regía por el mismo código de honor.

Todos los Guardias Civiles nos impregnamos de estos valores al ingreso en el Cuerpo (muchos, que crecimos en Casas-Cuartel, incluso desde niños). Se explicaban en los centros de formación, los Veteranos tutelaban  día a día a los noveles con su ejemplo y crecimos orgullosos de pertenecer a una Institución Benemérita, engrandecida por la entrega de los que nos precedieron, a la vez que asumíamos la obligación de mejorarla. Comprendimos y aceptamos sin dificultad esas reglas, incorporándolas, con sacrificio, pero de buen grado, a nuestro servicio diario, con la íntima satisfacción de formar parte y dar continuidad a la gran obra que, desde su fundación en 1844, ha pasado por vicisitudes extremadamente cambiantes, demostrando la vigencia permanente de sus principios.

Se entiende así muy bien que en un mundo en el que personas e instituciones enmascaran la realidad para rendir culto a la imagen, muchas veces construida artificialmente con currículos falsos e historias a medida, la Guardia Civil aparezca como una referencia de lo auténtico, impertérrita al paso de los temporales, y que alcance altas cotas de fiabilidad hasta el punto de convertirse en la Institución más valorada por los españoles.

Por la misma razón, no se me alcanza la necesidad de reformar esa Cartilla, y menos, que lo haga el Gobierno más opaco y menos ejemplar de los últimos años, el menos cualificado para plantear reformas en cuestiones de valores, que tampoco se caracteriza por su empatía con la Guardia Civil. Sería interesante analizar qué diferente concepción de la ética profesional puede llevar a actuar sobre un código que ha demostrado su validez durante ciento setenta y siete años, en circunstancias de todo tipo, guerras, cambios de régimen, gobiernos de todo color, terrorismo, delincuencia local e internacional, poniendo, además, de manifiesto una extraordinaria capacidad de adaptación a nuevos procedimientos y amenazas sin perder el espíritu de sacrificio y la voluntad de servicio a la sociedad.

¿Qué más se puede pedir a un código ético? Por otra parte, su dilatada vigencia añade un plus de solvencia a la institución, que ha sabido mantener su esencia en cualquier circunstancia (las tradiciones no se construyen en una legislatura, pero pueden destruirse en un minuto). Como español, me siento orgulloso de ello. 

Quizá por esto el preámbulo del Real Decreto se esfuerza en tratar de explicar lo inexplicable. Lo primero que sorprende es la justificación del cambio: “En una sociedad global, diversa y cambiante como la actual, este Código aspira a convertirse en una guía para los hombres y mujeres del Cuerpo, en una reflexión sobre los retos a los que se enfrentan y en un instrumento que promueva la participación y el diálogo colectivo”. Esto de promover la participación y el diálogo colectivo representa, sin duda, un avance para una institución que basa su eficacia en la disciplina. Se comprende así la noticia aparecida en un medio de comunicación, que da cuenta de la implantación de un cierto turno de servicio en una Unidad, tras ser acordado con el coronel jefe y fruto del diálogo entre ambas partes. Para la Guardia Civil no es un cambio menor.

El preámbulo indica también que “se trata de fortalecer la confianza de la ciudadanía en la Guardia Civil”. Efectivamente, ya era hora de que alguien se preocupara de fortalecer esa confianza. Seguramente es lo que pretendía el Duque cuando pedía “ser siempre un pronóstico feliz para el afligido, y que a su presentación el que se creía cercado de asesinos, se vea libre de ellos; el que tenía su casa presa de las llamas, considere el incendio apagado; el que ve a su hijo arrastrado por la corriente de las aguas, lo crea salvado…”, pero es ahora cuando vamos a visualizarlo, lo de antes no valía. Querido aprendiz, aunque el papel lo aguante todo, el pudor obliga a la mesura. A veces, menos es más.

Y más aún: “Sólo desde el desempeño escrupuloso de la función profesional, pero también desde un comportamiento personal individual ejemplar, se puede entender la mejor versión del hombre y mujer guardia civil de nuestros días”. Y de los pasados. Esa y no otra era la intención de Ahumada al diseñar la Cartilla; lástima que no tuviera en cuenta la perspectiva de género.

Se afirma también en la exposición de motivos que este Código de Conducta tiene como finalidad dar cumplimiento al mandato de la Ley 29/2014, reguladora del régimen del personal de la Guardia Civil. No obstante, no hay en esta Ley un mandato expreso para actuar sobre el código ético, por lo que hemos de suponer que esta intervención responde a una decisión unilateral.

En cuanto al contenido del código, al igual que ocurría con la Cartilla, consagra el Honor como primer principio: “El honor ha de ser la principal divisa de los hombres y mujeres de la Guardia Civil, verdadera seña de identidad y guía para cumplir con exactitud sus deberes y obligaciones”, si bien, además de plegarse a la moda del momento introduciendo el lenguaje inclusivo, suaviza mucho la formulación de Ahumada “… debe, por tanto, conservarlo sin mancha, una vez perdido no se recobra jamás”. Ha pasado el momento de las verdades absolutas.

Sigue el código desgranando una serie de valores fundamentales y principios institucionales, de formulación discutible, pero acordes con la tradición de la Guardia Civil. Sin embargo, no puedo dejar de expresar mi rechazo a un mandato: “Respetarán la pluralidad cultural de la sociedad y las singularidades de cada uno de los territorios que conforman España, mostrando el mayor respeto y consideración hacia la historia, los símbolos e instituciones del Estado, de las comunidades autónomas y de las entidades locales”. Poner en pie de igualdad los símbolos del Estado con los de las comunidades autónomas y entidades locales puede resultar muy acorde con el modelo fuertemente descentralizado que se va imponiendo en España, pero me parece simple y llanamente un exceso, gratuito o no. Porque, ¿qué otra cosa cabe esperar de un Guardia Civil si ha de llevar a cabo su actividad profesional con lealtad al Rey y con absoluto respeto al resto del ordenamiento jurídico? Por no hablar de que ese respeto deben ganárselo a su vez las entidades menores haciendo un uso integrador de sus símbolos y señas de identidad.

Por desgracia, las cesiones al lenguaje de moda son constantes en el texto. Tal ocurre cuando se concreta el espíritu benemérito en “prestar auxilio con los medios a su alcance a todo aquel que lo necesite, se encuentren o no de servicio, con especial atención a las personas y colectivos más vulnerables”. La cuestión de los colectivos más vulnerables puede generar un conflicto ético en determinadas actuaciones: dado que los recursos son escasos, ¿qué hacer ante una catástrofe? ¿deben priorizarse las atenciones sobre estos colectivos, abandonando a los que se sabe más pudientes? Otro exceso por culpa de las modas, que pasarán y obligarán a una revisión del código, condenándolo a una vida efímera.

La llamada a actuar con serenidad, prudencia y firmeza, que ya contenía la Cartilla desde otra óptica, se acerca al voluntarismo buenista e ingenuo: “con la confianza en que sus propias aptitudes, juicios y criterios técnicos le permitirán tomar las decisiones más acertadas”. Los más experimentados podrán pensar que el acierto efectivo de sus decisiones se producirá siempre que su criterio coincida con el de la autoridad competente…

Cuestión diferente es el planteamiento de un decálogo, en el que se pretende condensar todo el código ético: un buen resumen, que al dejar de lado el adorno resulta claro y contundente. Lástima que volvamos a caer en el tópico de las personas más vulnerables y desprotegidas (la Cartilla habla de ser un pronóstico feliz para el afligido y parece suficiente), y que se haga desaparecer el concepto de ser político sin bajeza (quizá por un corporativismo de clase) que definía muy bien la actitud necesaria en tantas intervenciones: vista larga y manejo inteligente de la situación. Una pena, porque, ciertamente, aquel mandato de ser prudente sin debilidad, firme sin violencia y político sin bajeza, constituía una lección magistral de técnica policial.

En definitiva, creo que nos encontramos ante una norma innecesaria, que parece un intento más de acabar con las tradiciones, tanto más rancias cuanto más arraigadas, buscando el salto a la nueva modernidad. Puede también que alguien haya sucumbido a la tentación de superar la Cartilla del Duque de Ahumada, quizá, sólo quizá, para dejar su impronta a la posteridad. Arriesgada apuesta, porque la capacidad organizativa del Duque no está al alcance de cualquiera. Recuerdo que un sabio profesor decía en nuestra Academia Especial: “España padece de incontinencia legislativa, atemperada por la inobservancia”. El despropósito sería que la relajación permanente que padecemos llevara este código ético a la inobservancia.

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